El nacimiento de Aruma por Julia.
Entrego, confío, acepto y agradezco.


Me desperté a las 6:00 el martes 8 de enero, con contracciones suaves. Había dormido solo 2 horas, Aruma había estado inquieta toda la noche, el lunes había visitado a Ruli para unos masajes y luego fue la despedida de los talleres con el resto de las parejas gestantes, así que fue una tarde muy movilizante física y emocional. Cuando abrí los ojos esa mañana sintiendo las contracciones lo primero que pensé fue que debería intentar dormir y descansar, que Cristina siempre nos dice que lleguemos descansadas al parto. Pero en ese momento no tenía sueño, así que me levanté y le escribí una carta a Aruma. Su contenido es privado, pero puedo compartir que le dije que confiaba en ella y que ese día íbamos a escucharnos y trabajar en equipo, y termino la carta con el mantra aprendido con Ruli “Tengo el mejor parto que puedo tener, me amo y merezco ser feliz” y lo repito varías veces (en singular y en plural).  Después  desayuné, salí a pasear con Lola, nuestra perra, y empecé a limpiar la casa. Aruma nacería allí. Yo estaba muy tranquila, sentía las contracciones pero aun no eran cercanas entre sí. Alrededor de las 10am, intenté descansar un rato, pero no lo logré, la ansiedad, la alegría y las sensaciones en mi cuerpo no me lo permitieron. Martín mi compañero se levantó y almorzamos algo liviano (recomendación: comer si una tiene hambre, liviano y nutritivo). Casualmente ese día tenía turno para ver a Cristina a  las 16:00hs, y como estábamos muy tranquilos sabiendo que nos encontrábamos en la etapa de trabajo de preparto, decidimos esperar. Cuando la vi a Cris le dije con una sonrisa gigante “¡Estoy con contracciones!”, eran contracciones suaves y regulares pero aún lejanas entre sí. Me realizó un tacto y me dijo que tenía 1cm de dilatación y el cuello fino. A mí me dio mucha alegría escuchar esas palabras sabía que era el día, pero Cris con cautela me dijo que podía desencadenarse el trabajo de parto como no, que vuelva a mi casa, me haga un baño de inmersión unas horas y que nos vayamos hablando. Ella tenía un turno con su osteópata, así que hasta las 20:30hs, no nos comunicaríamos. Esto parece un dato de color, pero Cristina con su actitud, sus palabras (todas sus palabras) y sus gestos suaves, no hacía más que transmitirme tranquilidad, paciencia, armonía, escucha, espera. “Siempre, hay tiempo” así aprendimos en los talleres.  Así que volvimos a casa, puse la música que había seleccionado para aquel día y entré en la bañadera.


En el agua se terminó de desencadenar el trabajo de parto, rápidamente las contracciones se hicieron más fuertes, de mayor duración y más próximas entre sí. Luego de dos horas, el calor del agua ya no aliviaba las molestias y, sobre todo la posición horizontal acostada panza arriba, con escasa movilidad que me proponía el espacio “bañadera” era de una incomodidad insoportable (justamente un parto vertical era mi deseo). Desnuda, en una noche muy calurosa, comencé a caminar por el living de casa. Cuando venía la contracción me tomaba de la mesa con los brazos estirados, y siempre repetía una “O” para abrir, y relajar los músculos de la cara (tenía que recordarme no morder). Esa fue mi danza todo el tiempo durante las contracciones, caminar, mover las piernas hacia arriba y abajo con las rodillas flexionadas y abriendo caderas, bajar a cuclillas y volver a pararme, o estirar la espalda tomada de la mesa y, repetir la O para soltar la cara. Soy instructora de yoga y tenía preparada una barra con tela para colgarme, pelota, música para bailar, posturas ensayadas con Martín, pero nada de eso surgió, ni siquiera lo intenté, el cuerpo solito me propuso qué debía hacer, y mi cabeza no interfirió. Me servía cerrar los ojos y sentir, no sé que buscaba, pero definitivamente no estaba afuera. Con los ojos cerrados, sentía más, me “encontraba” mejor, ubicaba correctamente el  punto hacia dónde dirigir la intensión, me encontraba con mi hija (sentí su cabecita varías semanas antes del parto, y en ese momento la sensación era muy precisa).Coloqué el mat en un lugar del living donde inconscientemente decidí que nacería Aruma, y en cada contracción iba allí a realizar mi danza y pasar la oleada.
A las 21:00hs llegó Cristina, y media hora más tarde Mercedes, la partera. Cuando Martín bajó a abrirle a Cris le dijo “Qué bueno que llegaste Julia acaba de vomitar el almuerzo”, a lo que respondió “es una señal de que está todo bien”.  Me realizaron otro tacto y ya estaba de 5 centímetro de dilatación. Mechi todo el tiempo controló el corazoncito de Aruma, me seguía por toda la casa para hacerlo, se adaptaba a mí, jamás me dijo, quedate quieta, o ponete de tal manera, sus palabras eran de aliento y de ánimo, transmitiendo siempre mucha paz, “está avanzando” o “Está muy bien lo que hacés”. En ese momento, comencé a tomar el coctel en cada contracción. También Cristina me sugirió que vuelva a la bañadera pero esta vez de pie debajo de la ducha, así lo hice y me ayudó mucho. Nunca perdí la movilidad (tal vez mi mayor miedo durante el embarazo era que no me dejen mover) y cuando una sugerencia no cuajaba, estaba bien. Mientras Martin ayudaba al equipo con lo que necesitaba, me deba té con miel, me hacía masajes en la cintura, me miraba con amor, con una sonrisa gigante en la cara, me preguntaba cómo estaba, pero sobre todo yo lo veía feliz, participando desde su lugar, ocupando de manera activa un espacio de cuidado, de protección y de amor. Cuando tocó el momento de un nuevo tacto salí de la ducha (yo también quería salir del agua, y estar con la planta de los pies en contacto con el suelo) , ya eran 7 centímetros de dilatación. Cristina me propuso entonces que, sin hacer mucha fuerza, puje suavecito en las contracciones. Así, de pie en mi lugar elegido,  pujé suavecito y rompí bolsa. Es una sensación magnifica, agüita calentita corriendo por mis piernas. Sonreí y los demás lo hicieron conmigo. “Seguimos avanzando”. Las contracciones se volvieron más fuertes, entonces Cristina me hizo el ejercicio del traspaso del dolor y me ayudó mucho. Mientras tanto Mario, el neonatólogo había estado esperando un bar cerquita y Cristina decidió llamarlo. Al llegar simplemente se sentó en el balcón muy tranquilo a esperar. Alrededor de las 23:30hs un nuevo tacto: “¡8, 9 centímetros, si puja completo!” dijo Mechi. Llegó el momento de colocarnos para pujar. Hoy lo pienso y es increíble todo lo que pasó, todo lo que hicimos como preparación para el momento del pujo. Cristina en los talleres nos decía, “chicas descansen, porque ese día van a trabajar”. Y es verdad, desde que se inicia el trabajo de preparto, el trabajo de parto y hasta el momento del pujo, se van tejiendo las condiciones para la llegada del nuevo ser, de a poco, prueba y error, improvisando, buscando en el propio cuerpo, en la comodidad y en la incomodidad. El “trabajo” no tiene que ver con dolor o sufrimiento, sino con afinar la escucha, estar presente, estar aquí y ahora, y ser protagonistas de un suceso único. Claro que hay trabajo y cansancio físico, pero hay que confiar en el propio cuerpo y en el equipo.  Así lo recuerdo. Elegí el banquito para parir: yo sentada debajo, en cuclillas, con la cola al borde del banco, y mi compañero sentado detrás de mí, sosteniéndome cuando pujaba y abrazándome en los breves descansos, y Cristina sentada en un almohadón, al ras del piso para recibir a Aruma. Y allí entre pujo y pujo pasó algo increíble, no solo pudimos ver con un espejo la cabecita de nuestra hija que se asomaba y sentir donde se apoyaba su cabecita, sino que sentía dónde claramente debía hacer la fuerza, pero al mismo tiempo, tuve la sensación por un momento que si hacía fuerza allí “me iba a partir al medio”, y empecé a pujar mal (llevaba la fuerza hacia la garganta, en vez de hacía abajo, una fuerza que te cansa y no ayuda). Cristina me decía “no es ahí la fuerza Julita, vos sabés dónde es” y muy suavemente colocó su dedo en mi periné. Lo sabía, era ahí, no podía hacerme más la tonta. En la próxima contracción volví a colocar la fuerza donde correspondía y Mario dijo, luego de ver asomar a Aruma, “De acá no hay vuelta atrás” y en el siguiente pujo, nació Arumita. Tal vez en el momento no lo pensas, pero hay que tomar la decisión, hay que confiar en lo que te dicen y tener fé. Aruma, tan chiquita, tan hermosa, la vimos salir, la vimos hacer su medio giro, vimos como Cris la esperó y la recibió (sin hacer absolutamente ninguna maniobra sobre ella o sobre mí), e inmediatamente directo a mis brazos, a mi pecho, llorando “¡Acá estoy!”. Nació a las 00:27hs y pesó 2600kg. Sentí una alegría inmensa, circulaba  en la casa una energía fuerte y vital. . En seguida en una contracción, parí la placenta, casi sin darme cuenta. Nos abrazamos los tres, mientras Mario la revisaba. Luego me pidió permiso para llevársela y pesarla, Martin fue con él, al lado mío al sillón de casa, mientras Cris, me cosía (me desgarré un puntito) y me limpiaba. Mario me sugirió que la ponga en el pecho, que el reflejo de succión estaba muy activo, ella se prendió en seguida y tomó teta un rato largo. Ya recostada en el sillón, con Aruma en brazos, Martín a nuestro lado y rodeada de estos seres hermosos, riendo, hablando de lo que acaba de pasar, Lola correteando por ahí, Cristina le pidió a Martin si tocaba un tango en la guitarra. Más tarde Cristina, Mechi y Mario se fueron y nos quedamos solos los tres en casa: Aruma durmiendo en mis brazos, y nosotros mirándola hasta las ocho de la mañana. El barrio estaba silencioso, Martín y yo maravillados y felices por lo que acabábamos de vivir.

No hubo urgencia, drama, caras de terror, retos, gritos o palabras hirientes, siempre con tranquilidad, armonía, con palabras amorosas y de aliento. ¿Duele? Sí, duele, es el dolor del nacer, de transformarse, de hacerse cargo, de empoderarse, de sentirse fuerte, poderosa, protagonista y de decidir, es dolor de fuego y de agua, de sentir “partirse al medio” o que “te vas a morir” o “que te vas a Marte y volves”, dolor del placer de presenciar el nacimiento de la vida. Y entonces… deja de doler.
Seguro me olvidé de contar algo, y es que ocurren cientos de cosas de manera simultánea, y las sensaciones son infinitas. No tengo más que sentimientos y palabras de agradecimiento eterno para Cristina, Mercedes y Mario, y el resto del equipo: Gabriela, Ruli, Héctor y Alina. Los llevaré siempre en mi corazón.

¡Gracias!
Julia, Martín y Aruma.
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