Muchos años de mi vida pasé comparándome con otras personas.
Trabajando como editora de cine, con “artistas”, me decía a mi misma que yo no era una persona creativa.
Que a lo sumo tenía “ideas creativas” pero siempre al servicio de la obra de otra persona.
Mucho tiempo solo encontraba en el trabajo, ese algo que llenara mi existencia.
Necesité de las drogas, durante años, para sentirme viva. Para sentirme conectada con algo que tuviera sentido.
Abusé de ellas, esperando ese instante en el que la conexión con el todo se producía.
Y yo era capaz de sentir, por fin: paz.
Y yo era capaz de sentir, por fin: amor.
Ese momento en el que las voces internas por fin se callaban.
Por fin me dejaban en paz, y dejaban de repudiarme. Dejaban de castigarme.
Acudí durante años a vínculos tóxicos, porque me hacían sentir una mierda, pero con alguna excusa.
Porque era capaz de llorar a gritos, por otra persona. Y porque me ayudaban a justificar lo mierda que yo me sentía. Lo vacía que me reconocía. Lo poco persona que me autorizaba a ser.
Pero hubo un momento, en el que las drogas ya no surtían ningún efecto.
Yo seguía buscando, y abusando, pero simplemente me dejaban con un vacío aún más profundo y siniestro.
Sin salida.
Sin abrazos.
Sin amor.
Quedaba sola, y desvalida.
Con un cuerpo que no sé si era el mío.
Sin poder habitar ninguna emoción, más que la constante búsqueda de ESE momento de conexión con el amor entero.
Sólo me devolvían hacia mi mierda interna.
Ese mundo oscuro, del que yo necesitaba escapar, se hacía presente y más intenso.

Acepté que tenía una adicción a la drogas fuertes.
Y empecé un camino de desintoxicación.
Mis mecanismos, dejaban de funcionar.
Mis bloqueos, mis muros en el corazón, se ablandaban y ya no sabían contenerme.
Y yo lloraba.
Lo que durante años, no había sabido llorar.
Sin causa aparente, empezaban los ríos de lágrimas, en la calle, sola, acompañada, en el trabajo, no importaba.
Las lágrimas surgían, y no se secaban.
Mi cuerpo quedaba en un estado de total entrega.
Después de la purga, siempre me sentía aliviada, sin energía, pero purgada.
Me sentía más cerca de mi.
Pasaron dos años, de un período de desintoxicación de hábitos.
En el que conecté con la alimentación, el yoga, y una vincularidad un poco más amorosa en mis relaciones sexo afectivas.
Cuando todo parecía "ir bien", mi útero, empezó a hablarme más fuerte.
Fue ahí, que mi cuerpo, sintió que era momento, que yo estaba preparada para escuchar.
Y empezaron los síntomas más fuertes e intensos de mi Endometriosis.
Después pude reconocer que los síntomas estuvieron siempre ahí, desde que yo empecé a ciclar.
Pero en ese momento se volvieron muy reiterativos, realmente me estaban pidiendo que haga lugar, necesitaba escuchar una verdad más profunda.
Estaba lista para dar un paso.
Me diagnosticaron de Endometriosis y tras una laparoscopía en la que me removieron tres quistes de 6, 5 y 4 cm, además de tejido endometrioso de mi intestino y vegija, ya de nuevo en mi casa, en una meditación, sucedió lo que durante tantos años estuve buscando: me sentí rodeada de amor, por mi misma.
Sentí el llamado divino, a habitar mi cuerpo con total expansión.
A ser yo misma.
Sin pretender.
A habitar mis potencialidad, como ser de luz y amor.
No necesitaba nada más, que confiar en lo que creaba desde el corazón.
Enraizándome a la Tierra desde mi útero, sentí tal conexión con la Naturaleza, con nuestra primera Madre, la Tierra, y me sentí amada incondicionalmente por esa fuerza de amor y nutrición.
Me sentí perdonada por mi misma. Me sentí agradecida de vivir.
Y sentí que por fin, podía dejar de luchar contra mí misma.
Que por fin podía escuchar a mi corazón, sin ponerle bloqueos y carcazas.

Que podía confiar en mi.

Después de ese día, empecé a sentir que mi energía y mis ganas de vivir eran como las de una niña. Me sentía asombrada y sonreía por todo.
Mi energía vital, fluía por mi cuerpo y en mis vínculos.
Las cosas más hermosas, me rodeaban.
La simpleza de la vida, ante mis ojos, era la conexión con el amor más esperado.
La energía vital, era mi energía creativa.

Y ahí comprendí, sin el intelecto, que mi creatividad no se mide por una obra externa a mi misma.
Que la obra creativa más importante en mi vida, es ser yo misma.


Es reconocer mi poder creativo, y dejarlo fluir. Abrazarlo.
Abrazar la creatividad en todo mi día.
No en un momento determinado, al servicio de una obra que está catalogada por el sistema meritocrático como “obra de arte”.
Todo lo que yo hiciera, si estaba hecho desde mi amor y deseo, era producto de mi creatividad más genuina.


Comencé a habitar mi cuerpo y mis órganos sexuales. Y entendí que ellos están al servicio de mi trabajo creativo.
Son canales de expresión de mi alma.
Que mi energía sexual, ES mi energía creativa.
Y que mi sexualidad no pasa por mis genitales nada más, ni se pone de manifiesto solamente a través de un encuentro con un otre ó cuando me masturbo.

Mi energía creativa, es mi energía sexual, es mi energía vital.

A través del amor y la suavidad, le di el permiso a mi útero de transmutar todas las energías y experiencias que allí estaban contenidas y bloqueadas, en amor creativo.
En fuerza vital.
En amor encendido.
Que se emanaba a mi cuerpo, y desde allí vivía.


La energía creativa permeó y me ayudó a conectar más profundamente con mi deseo en mis vínculos, en mis proyectos, en mi forma de alimentarme, en mis prácticas.
Descubrí mi pasión y mi vocación.
En mi vida se manifestaron vínculos de amor muy profundos y genuinos. Me abrí a la amistad con mujeres, que durante años había sentido fallida y trunca.
Puedo sentir que merezco recibir y dar amor, de mi compañero.
Comprendí que el amor, no duele.
Conectar con la energía creativa de mi útero, me hizo sentir que lo que yo tengo para decir, mi verdad, es importante.
Y que vale.

Que soy creadora por naturaleza, en todo lo que hago.
Es desde esa verdad, que yo elijo vivir, nutrirme y cuidarme.



Con amor!
iari
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